sábado, 23 de noviembre de 2013

Celeste Mendoza: Reina entre las Reinas

Celeste Mendoza Beltrán (1930-1998). 

Intérprete emblemática del guaguancó que supo transmitir en la voz y el movimiento corporal, la sensualidad, picardía y emotividad que demanda el género. Celeste Mendoza nació en la ciudad de Santiago de Cuba, el 6 de abril de 1930, en el popular barrio de Los Hoyos. A los trece años de edad la trasladaron para La Habana donde se dio a conocer en un programa radial de aficionados por su interpretación de El marañón, una creación de Julio Cuevas.

Recibió lecciones de baile, impartidas por su primo Jorge Beltrán, con quien posteriormente formó pareja y se presentó en el Cabaret Mi Bohío ubicado en la zona playera de la barriada de Marianao.
En 1950 se presentó en el Teatro Martí en calidad de bailarina de la Compañía Batamú.

En 1951 integró el cuerpo de baile que dirigía el coreógrafo Roderico (Rodney) Neyra en el famoso Cabaret Tropicana, donde la Mendoza, durante la visita de las cantantes Josephine Baker y Carmen Miranda, hizo geniales imitaciones de éstas, con las que ganó el aplauso y la admiración del público presente. Ese mismo año formó un cuarteto con Omara Portuondo, Gladis León y con su hermana Isaura Mendoza, bajo la dirección del pianista Facundo Rivero.

En 1952 se inició como cantante solista y se presentó en el programa Alegrías de Hatuey transmitido por Radio Progreso, con el acompañamiento de la orquesta conducida por el Maestro Ernesto Duarte.

En 1953 debutó ante las cámaras de televisión invitada por Joaquín M. Condall al programa Esta noche en CMQ, donde cantó a dúo con Miguel de Gonzalo.


Realizó presentaciones en el Teatro Blanquita y tuvo contratos en diversos centros nocturnos de La Habana en los que popularizó canciones al estilo de Soy tan feliz, de José Antonio Méndez y Que me castigue Dios, de Marcelo Salazar.
Su personalísima interpretación se convirtió en un éxito de la difusión.

Siguieron giras artísticas por países de Europa y Latinoamérica y una intensa actividad en programas radiales y espectáculos donde tuvo la oportunidad de compartir el escenario con figuras tan famosas como Benny Moré, Ignacio Villa (Bola de Nieve), Edith Piaf, Ninón Sevilla, Carmen Miranda, Josephine Baker y Pedro Infante.

Participó en los festivales de música popular de 1962 y 1963. Tomó parte en la filmación del documental Nosotros la música de Rogelio París e integró el elenco del Music Hall que se presentó en la capital francesa, con el atractivo de agrupaciones y figuras como la Orquesta Aragón, Los Papines y Elena Burke, en 1964.

Firmó contratos con la televisión francesa y se presentó ante el público de Berlín, Moscú y Leningrado.
A su regreso a Cuba fue ovacionada en teatros y espectáculos de cabarets y se convirtió en la protagonista de otros cuatro documentales.
Actuó, igualmente, en una película con Tin Tan, Tin Tan en La Habana, y un corto musical para la televisión francesa.

En sus discos, reeditados en Venezuela, Francia y Canadá, la rumba ocupa un lugar muy destacado, así como otros géneros y autores de la cancionística cubana y latinoamericana.


En su larga carrera artística recibió numerosos reconocimientos.

En la Feria Internacional CUBADISCO 1998 fue galardonada, junto al grupo musical Los Papines, por el disco El reino de la rumba.

El pueblo de Cuba recuerda las interpretaciones que hizo de obras como Échame a mi la culpa, Que me castigue Dios y Papá Oggún pero, sobre todo, su destreza para manejar el guaguancó, la guaracha, o para asumir combinaciones genéricas en las que boleros o rancheras incrementaban su interés musical y danzario a partir de estructuras rítmicas propias del mambo y de la rumba.







Ella será por siempre, como dijera la singularísima Rita Montaner: ¡La reina del Guaguancó!



Salsalvdando y con SANDVNGA...





















Cuando aquel 21 de noviembre de 1998 el hedor se hizo insoportable, los vecinos del edificio de Linea y F en La Habana se decidieron a avisar a la policía, quienes guiados por el olor se decidieron a derribar la puerta del único apartamento del piso 18 cuyos ocupantes no se encontraban en aquel momento. Dentro, en medio del olor a muerte y descomposición humana, encontraron muerta a quien había sido una leyenda viva.
Ante sus ojos estaba el cuerpo sin vida de quien había sido “La reina del Guaguancó”, la mismísima Celeste Mendoza, sola en la soledad imperturbable de la muerte rodeada de sus discos, sus santos y los testimonios gráficos y musicales de una de las estrellas más rutilantes de todos los tiempos en el firmamento musical de Cuba.
Celeste Mendoza fue una intérprete singular de la música cubana, destacando en el bolero, los ritmos guapachosos que hoy llamarían salsa y sobre todo en el guaguancó.
Oriunda de Santiago de Cuba, donde había nacido en 1930, destacaba por su alegría proverbial, su simpatía y sus curvas espectaculares que le hacían ser una "mulata de fuego", que a nadie dejaba indiferente y la llevaron a ser modelo del legendario Cabaret Tropicana. Una carcajada estrepitosa solía romper el dialogo que establecía con sus oyentes y al que seguía un trago largo de ron antes del siguiente número musical y así hasta el final del espectáculo una y otra vez, un día y otro, mes tras mes y año tras año.





La mulata guapachosa paseó su música y sabrosura por escenarios de varios países de tres continentes y hasta hizo incursiones en el cine, pero lo suyo era el espectáculo en directo, en un bis a bis con su público, aunque se prodigaba en radio y televisión, pero para ella no era lo mismo, no interactuaba ni ella imponía las reglas. Pero los años no perdonan, ni el alcohol tampoco y Celeste comenzó a ser solo una leyenda que se paseaba por La Habana con su turbante y el recuerdo de lo que años antes fue un cuerpo de escándalo. Los que la descubrían corrían a demostrarle su reconocimiento y cariño, se armaba el alboroto y la artista sonreía a todos, repartiendo besos y abrazos, aunque por dentro la consumiera la soledad en que pasó sus últimos años y todo no fuera más que otra actuación para el respetable.





Celeste Mendoza, la Reina del Guaguancó, al final de su vida reinaba sólo en su público, en el que la escuchó y la vió actuar, porque la siguiente generación la había olvidado. Celeste Mendoza era en esos momentos sierva de los recuerdos, la soledad y el alcohol, que en aquel apartamento del Vedado, rodeada de imágenes de santos que la protegían, la volvían a la vida que se le había ido y que al parecer le ayudaban a huir del olvido con el que no se conformaba.
El forense, en el informe de la autopsia, certificó que La Reina del Guaguancó había fallecido cinco días antes de que la encontraran y duele saber que era tan grande su soledad que solo supieron que faltaba cuando el hedor proveniente del apartamento se hizo insoportable.
















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