LOS MUNDOS DE CHUCHO VALDES
Luego de diez años de ausencia en los escenarios borinqueños la maestría del músico cubano con más prestigio en el mundo entero, Chucho Valdés, hizo acto de presencia en la Sala Sinfónica del Centro de Bellas Artes el pasado sábado 22 de junio. Junto a cientos de curitas boricuas y cubano-boricuas, y algunas monjitas también, ocupé una butaca para recibir, aplaudiendo de pie, a este musicazo de 72 años, seis pies cinco pulgadas de alto, con unos brazos tan largos y unas manos tan grandes que pueden abrazar el piano de cola de frente, pero que ahora los junta en el medio del pecho mientras se inclina a recibir el aplauso. De camino a devolver las sentaderas a la butaca el caballero que tengo a mi izquierda comenta: "La mesa está servida", y nos sentamos todos a comer con las primeras notas del piano.
Mencionar el apellido Valdés en esta parte del mundo es asomarse al mundo de la música afrocubana, corazón de la mata que ha parido la identidad sonora de la Antilla Mayor que se ha ganado un sitial entre las músicas del mundo. Entre los que usted y yo conocemos está la cepa del Bebo Valdés, quien además de Chucho produjo tres Valdés más, entre ellos la vocalista Mayra Valdés. La otra cepa valdesiana es la producida por Alfredo y Alfredito, Vicentico Valdés y Oscar II. Una tercera sangre corrió por las venas del excelente cantante Miguelito Valdés, Mr. Babalú, de quien usted y yo tenemos que hablar en otro momento.
La razón de que el apellido Valdés ocupe tantos espacios en las listas del censo, en los certificados de nacimiento y de bautismo se remontan a los tiempos de la colonización española. La Iglesia Católica Apostólica y Romana en el proceso colonizador se adueñó, no sólo de las almas de los indios, negros y blancos que habitaban Las Américas, sino también, de escuelas, hospitales, cementerios y cuanto servicio social se les ocurriera para imponer su dogma y dominio en la población. Entre los inventos crearon el Orfanato Nacional de La Habana y la Casa de Beneficencia donde iban a tener los menores de edad abandonados, huérfanos y los que, por alguna razón u otra, quedaban sin familia y a la intemperie. Para la época, se practicó por muchos años ponerles el apellido del obispo del momento a todos los varones rescatados que pasaban por la pila bautismal. El obispo Gerónimo Valdés y Sierra le cedió el apellido a cientos de niños con la condición de que se usara sin el acento en el e de Valdés, excepto en un caso que resultó ser descendencia del propio obispo. El propósito era distinguirlos de los demás y adjudicarles los bienes que le podrían beneficiar con la herencia del obispo. Se lo vendo como lo compré, al costo.
Desconozco si los antepasados de Chucho acentuaban la e de su apellido o no, pero sí sé que fue bautizado Dionisio Jesús Valdés Rodríguez en alguna iglesia de Quivicán, provincia de La Habana, en el año 1941. Ya a los tres años había absorbido suficiente música en el entorno familiar como para treparse al piano y tocar algunas melodías a dos manos. De la mano de Bebo Valdés construyó una base sólida que lo llevó al Conservatorio Municipal de Música de La Habana a los 14 años. Ya a los 15 tenía su trío de jazz. El triunfo de la Revolución Cubana lo coge tocando con la prestigiosa orquesta de su padre, Sabor de Cuba, que acompañaba cantantes como Rolando Laserie, Fernando Álvarez y Pío Leyva. En el 1960 se queda sin la tutela de su progenitor, el Bebo Valdés decide exilarse en México donde fue a cumplir compromisos con Rolando Laserie. La Revolución le abre otro mundo de posibilidades desde donde construir una propuesta sonora a la altura del pensamiento revolucionario del momento.
El compositor y guitarrista Leo Brower fue sin duda alguna el autor intelectual y estratega del imaginario musical de la Revolución Cubana en ese orden. El talento de Chucho Valdés no pasa desapercibido a los oídos de Brower en esos años y le sugiere que forme su propio grupo musical para darle salida a las extraordinarias ideas que bosquejaba en el piano. Son los años en que el bloqueo a Cuba ha limitado la salida y entrada de músicas que fluían libremente y permitían la presencia, en un sitial de prestigio a nivel internacional, de la identidad sonora de la Antilla Mayor. Mientras, en suelo cubano se van cocinando propuestas musicales que conquistarían audiencias alrededor del mundo. Chucho Valdés es el responsable de una de ellas.
En 1970 Valdés debuta en Polonia con un quinteto de jazz que es la antesala a lo que tres años más tarde será la propuesta musical cubana más famosa de todos los tiempos, Irakere. Recuerdo, como si hubiera sido ayer, la energía de la música de Irakere en su primera visita a la Isla. Aquella masa sonora me levantaba del asiento involuntariamente, el cuerpo respondía por su cuenta mientras la cabeza estaba muy ocupada en descifrar las complejidades de aquella música que parecía ir en fuga a conquistar el mundo entero. Y así sucedió. Aquel sonido, de sello Valdés, le dio la vuelta al planeta. En el camino, varios de los integrantes decidieron abandonar el manto de La Habana para refugiarse en el manto de Miami, pero eso no detuvo las revoluciones por minuto que provocaba aquella música, producida y dirigida por Chucho Valdés.
Entre Irakere y el presente, Chucho se construyó un mundo para el instrumentista, para el solista virtuoso del piano que se había asomado en su niñez. El reconocimiento de la industria musical en términos de premiaciones le ha ganado un sitial y un respeto a nivel internacional que hace posible que estemos esta noche aquí cientos de parroquianos disfrutándonos el trabajo más reciente de Valdés. Pero esos reconocimientos no le hacen La música que nos ocupó el sábado 22 de junio en la noche está bautizada acertadamente, con el nombre de Border Free, Sin Fronteras. Y es que aquí se juntó la música, con las ganas de tocar y componer para dejar al oyente indeciso de a quien admirar más, al compositor y arreglista, o al pianista virtuoso de 72 años. De primera intención triunfa el pianista, el solista que hace malabares percutivos con el piano. El ejecutante que luego de afincar con el conjunto parece separarse a otro plano a tocar otra composición, otras melodías que no pertenecen a la que está sucediendo en el momento mantenida por los excelentes músicos de Afro-Cuban Messengers. Sin pestañear, la audiencia los sigue en el cambio de planos, como para no perderlo, temerosos de que se vaya muy lejos. Pero no sucede así. Una y otra vez nos regresa a la butaca, seguros y en paz. La sensibilidad del compositor la demuestra en los retratos sonoros que hace de su padre Bebo Valdés y su madre Pilar Rodríguez en dos piezas que uno se lleva pa’ su casa cuando termina el concierto.
Chucho Valdés es su propia escuela, es su propio sonido y su propia medida. No ha tenido que rendir su condición de cubano dentro del proyecto revolucionario para ser famoso, tener prestigio internacional, ganar cinco Grammys y tocar en suelo patrio varias veces al año. Así se distingue el grano de la paja. ¿Qué me dice?
No hay comentarios:
Publicar un comentario